La compasión puede definirse como un sentimiento de profunda simpatía y tristeza por aquel que es víctima de la desgracia, acompañado de un fuerte deseo de aliviar ese sufrimiento (Grossman et al. 2011). Se diferencia de la pena en que, ésta es un sentimiento de tristeza por alguien sin necesidad de experimentar auténtica empatía ni conexión con aquel que genera la emoción y que en el caso de la lástima implica una cierta relación de superioridad sobre el otro (Simón, 2015).

Para Kristine Neff (2003) la autocompasión surge de la utilización de habilidades enfocadas a desarrollar un auténtico interés por el bienestar de uno mismo, aprender a ser sensible, empático y tolerante con el sufrimiento de uno mismo, desarrollar un conocimiento profundo de sus raíces y causas, no juzgar y tratarse afectuosamente. Para Germer (2011) la autocompasión es cuidar de nosotros mismos de la misma forma que lo haríamos con alguien a quién amamos muchísimo. La conceptualización que Kristine Neff hace de la autocompasión proviene de la tradición budista, y está compuesta por tres componentes que son la amabilidad, la humanidad compartida y el mindfulness (Neff, 2003). La humanidad compartida consiste en reconocer que el sufrimiento y las dificultades de los demás no son ajenas a nuestra propia comprensión, sino que son una parte común de nuestra experiencia humana. Esta característica homogeniza a todos los humanos como seres iguales, todos deseamos ser felices y no queremos sufrir (Soler, 2016). La amabilidad es ser cálido y comprensivo con los demás y por tanto es lo opuesto a ser crítico, exigente, evaluativo y severo; en el caso de la autocompasión, la bondad sobre uno mismo no solo implica dejar de juzgarse (mental) sino también implica darse permiso para conmoverse con el propio sufrimiento (emocional) (Soler, 2016). Con respecto a mindfulness en el contexto de la compasión, tendría que ver con el concepto de descentramiento, con la capacidad de experimentar emociones y pensamientos dolorosos de forma equilibrada, sin regodearse ni sobreidentificarse con el dolor, pero al mismo tiempo sin evitarlo o negarlo (Neff, 2012).

Uno de los conceptos más cercanos a la compasión es la empatía, en la que el sujeto observador comparte las emociones del sujeto observado (Singer y Lamm, 2009). La empatía consiste en comprender a nivel emocional y cognitivo una determinada postura pero no implica que se esté de acuerdo con ello o que se apruebe (Soler, 2016). Con la empatía se puede sentir el sufrimiento del otro pero no se siente el deseo de aliviar ese sufrimiento como sí sucede con la compasión, por tanto podríamos decir que la compasión es empatía en acción.

Otro concepto cercano a la compasión es la aceptación. Una actitud autocompasiva parece estar implícita en la aceptación (Cardaciotto et al., 2008). Para Germer la autocompasión es en sí una forma de aceptación (Germer, 2009). La aceptación se refiere a lo que nos sucede a nosotros, ya sea un sentimiento o un pensamiento, mientras que la (auto) compasión es la aceptación de la persona a la cual le está sucediendo; es la aceptación de nosotros mismos mientras estamos en una situación de dolor (Soler, 2016). Además la autocompasión, como ocurre con la aceptación, parece producirse con más facilidad tras haber abandonado la lucha por sentirnos mejor (Germer, 2009). La compasión implica, además de aceptar, generar algo, una disposición al cuidado de uno mismo y nuestra experiencia emocional, y de la de los demás (Soler, 2016).

Es importante diferenciar entre aceptación y resignación. La resignación es pasiva y nos deja atrapados, mientras que la aceptación es activa y nos moviliza al cambio. “Lo que se resiste persiste y lo que se acepta se transforma”.

Otro de los conceptos cercanos y relacionados con la autocompasión y el ser amable con uno mismo es la autoestima. Según Kristine Neff (2012), en nuestra cultura la idea de que una autoestima alta es psicológicamente sana, está ampliamente extendida. Eso es en parte debido a que realmente tener una baja autoestima no es bueno. Pero eso no implica que la solución sea conseguir una alta autoestima, ya que la autoestima se basa en la comparación, uno versus los otros. Te sentirás bien o mal contigo mismo en función de si estás por encima o por debajo de la media (Soler, 2016). Sin embargo cuando trabajamos la autocompasión no hay comparación con los otros, cada uno de nosotros somos muy valiosos simplemente por el hecho de ser seres sintientes, seres vivos, ni mejores ni peores que los demás. Nuestra valía no tiene nada que ver con nuestros logros ni con nuestros fracasos, por lo que nuestra autoestima siempre es equilibrada, sana. Recuerda que cada vez que te comparas con otra persona no te estás amando a ti mismo/a.

En esta sociedad tan competitiva ¿cuántos de nosotros nos sentimos bien con nosotros mismos? Sentirse bien con uno mismo parece algo efímero, sobre todo porque necesitamos creernos especiales y por encima de la media para tener una autoestima alta. El deseo de querernos sentir bien es comprensible, el problema es que es imposible que todo el mundo esté siempre por encima de la media en todo momento, ya que destacaremos en unos aspectos pero siempre encontraremos a alguien que destaque más que nosotros en otros y esto nos cuesta afrontarlo (Neff, 2012). Estamos continuamente juzgándonos y autoevaluándonos, la mayoría de nosotros somos muy duros, críticos y exigentes con nosotros mismos, produciéndonos mucho dolor. Es entonces cuando perdemos la fe y la confianza en nosotros mismos, dudamos de nuestras capacidades, de nuestro potencial, nos criticamos duramente a nosotros mismos incluso llegándonos a insultar, diciéndonos lo inútiles que somos. Esto hace que nuestra autoestima se debilite y que suframos mucho.

¿Y cuál es la solución? dejar de evaluarnos, de juzgarnos, de criticarnos, de compararnos con los demás, de autoetiquetarnos como “buenos” o “malos”, aceptándonos a nosotros mismos con generosidad, amor y amabilidad. Tratándonos con la misma amabilidad, cariño y compasión con la que tratamos a un amigo o ser querido. Pero por desgracia, no hay casi nadie a quién tratemos tan mal como a nosotros mismos (Neff, 2012).

Para los budistas, tenemos que cuidar de nosotros mismos para poder cuidar de los demás. Sería algo así como PRIMERO SÉ FELIZ TU PARA DESPUÉS HACER FELICES A LOS DEMÁS.

Si quieres aprender a amarte, valorarte y respetarte, mejorando así tu autoestima consúltanos, podemos ayudarte.

Article escrit per Maria G. Psicòloga, Psicoterapeuta i instructora de Mindfulness al Centre Casals.

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BIBLIOGRAFÍA:

García-Campayo, J.; Cebolla, A. y Demarzo, M. (2016). La ciencia de la compasión. Más allá del mindfulnes. Madrid: Alianza Editorial.

Neff, K. (2012). Sé amable contigo mismo. Barcelona: Editorial Oniro/Espasa Libros S.L.U.